En economía, las matemáticas nos permiten confrontar ideas
con un lenguaje común, acotar escenarios posibles, proyectar el futuro y
desenmascarar propuestas disparatadas. Sin embargo, si no tenemos en cuenta que
esos números son solo el rastro que deja la actividad de algunas personas,
nuestro saber valdría bien poco. En el análisis microeconómico y macroeconómico, parece más
importante el uso de la matemática que cualquier otra cosa.
La
tradicional forma de estudiar la teoría economía se hace en dos grandes divisiones
de conocimiento, la microeconomía y la macroeconomía. No obstante, esto ni es
exclusivo ni completo. La intención de las siguientes líneas es presentar un
concepto que ha llegado recientemente a mis oídos, el de la metaeconomía.
¿Qué es la metaeconomía?
Supongamos
que todos estamos de acuerdo en dar la misma definición de lo que es economía
[esto ya es un primer gran problema y no es mi intención abordarlo aquí] ¿qué
significa metaeconomía? El prefijo griego meta
significa “más allá”, de ahí, metaeconomía quiere decir, “más allá de la
economía”. Entonces, ¿qué es el más allá de la economía? Veámoslo desde otra esquina.
La
metafísica es una rama de la filosofía que se encarga del estudio de la
naturaleza, sus componentes y principios fundamentales de la realidad.
Metafísica significa más allá de la naturaleza. Más allá de lo mesurable,
cuantificable, visible y otros adjetivos que hacen referencia al uso de los
sentidos para su conocimiento. La metaeconomía es a la economía lo que la
metafísica es a la física. Su objeto de estudio yace en como las cuestiones humanas afectan a la economía. Introduce
enfoques humanísticos que refuerzan el aspecto social de la ciencia económica
respecto de la dimensión humana en la que se desarrolla al analizar los valores
potenciales en términos más generales que la suma de las partes, como se
describe a partir de las sinergias [sinergia significa cooperación; el efecto
de la influencia de dos o más agentes actuando en conjunto es mayor al esperado
considerando la suma de las acciones de los agentes por separado] que
sobresalen de la interacción entre los intereses egoístas-hedonistas y
empatéticos-comprensivos y coincidiendo con el móvil de La Teoría de los Sentimientos Morales[1] descrita por Adam Smith.
Esto
quiere decir que si se considera a los individuos/agentes como parte de una
sociedad/conjunto y de un medio del que forman parte, y, como resultado
condicionando la búsqueda del interés individual, esto es, más egoísta, con la
conciencia de que esa búsqueda tiene un efecto sinergético sobre el desarrollo
de los intereses más generales de la sociedad/conjunto y del medio, será la que
lleve, finalmente, a la mayor riqueza de las naciones propugnada por Smith. De
este modo, la metaeconomía se formula como un tipo de análisis económico cuya
especialidad es que considera los equilibrios económicos en sinergia con los
equilibrios sociales y del entorno.
¿A dónde
nos conduce lo anterior? Sin perder de vista la última crisis que pesa sobre la
economía mundial y los mercados financieros internacionales, no resulta extraño
que se esté haciendo una retrospectiva muy profunda de los principios de la
economía moderna. Al hacerlo, las cuestiones fundamentales de esta ciencia
social se tambalean. El laureado Ronald Coase mencionó que la microeconomía
está llena de modelos que no estudian las relaciones contractuales reales entre
las empresas y los mercados. Paul Krugman dice que en las últimas tres décadas,
la macroeconomía ha sido, en el mejor de los casos, inútil, y en el peor,
perjudicial. Sostiene que los economistas estuvieron ciegos ante el
catastrófico fracaso de la macroeconomía porque confundieron la belleza y elegancia
de los modelos teóricos con la verdad.
La
obsesión contemporánea con modelos reduccionistas y mecánicos parece haber
conducido a nuestra profesión como economistas, de la teoría a la ideología, con lo que se ha desconectado de la
economía real. La forma sencilla [aunque no a la vista] de los modelos micro y
macroeconómicos que los hace útiles y didácticos para explicar el mecanismo de
los precios o el equilibrio o desequilibrio de otras variables económicas, no
da para describir o analizar el comportamiento real de los agentes principales
en los mercados. Estos modelos son insuficientes para explorar las dinámicas y
complejas relaciones entre los seres humanos, las instituciones y la propia
economía real.
La
metaeconomía va más allá. Al estudiar aspectos funcionales más profundos de la
economía, entendiéndola como un complejo e interactivo sistema vivo, formula
preguntas como las de por qué una economía es más competitiva y sostenible que
otras, cómo y por qué las estructuras que rigen las instituciones evolucionan y
cómo es que China desarrolló cuatro cadenas de distribución en materia de
servicios gubernamentales, finanzas, infraestructuras y manufactura en un
período tan corto de tiempo. Para comprender esos principios ocultos y
profundos del comportamiento humano, la metaeconomía nos obliga a adoptar un
planteamiento abierto, sistémico y evolutivo, con el fin de reconocer a la
economía real como un complejo sistema dentro de otros sistemas. Así, los
análisis estáticos, lineales y cerrados aplicados a sistemas abiertos, no
lineales, dinámicos e interconectados han de resultar por fuerza erróneos e
incompletos.
Fritz
Schumacher, economista británico, definió la metaeconomía como la humanización
de la economía teniendo en cuenta el imperativo de un medio ambiente
sostenible; así incluyó elementos de filosofía moral, psicología, antropología
y sociología que transcienden los límites de la obtención del máximo beneficio
y la racionalidad individual. Fritz entendió que las instituciones humanas,
como estructuras complejas regidas de forma dinámica, requieren análisis
sistémicos. De igual forma, Eric Beinhocker, en el recién
creado Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico [INET[2]]
propone
una nueva
forma de ver y entender el mundo económico. Su planteamiento requiere la
incorporación de la psicología, la antropología, la sociología, la historia, la
física, la biología, las matemáticas, la informática y otras disciplinas que
estudian sistemas adaptativos complejos.
El hacer del economista, ya sea en micro, macro o
metaeconómico, es explicar la economía real, lo que sucede, sucedió e incluso,
como buenos creyentes, lo que sucederá. Los medios de los cuales se disponen
son tantos como se deseen. De formas eclécticas, ortodoxas, heterodoxas,
pragmáticas, revolucionarias o pesimistas se forman las teorías. Usando más
letras que números o usando más palabras que ecuaciones. La suma de todo, más
la experiencia han resultado en grandes textos clásicos de la ciencia
económica. Si funciona o no, lo que en ellos viene escrito, es harina de otro
costal.
[1]
La Teoría de los sentimientos morales (1759) es un libro sobre ética del economista Adam Smith. Empieza por la exploración de todas
las conductas humanas en las cuales el egoísmo no parece jugar un papel determinante,
como aseguraba Thomas Hobbes. Lo
que se expone entonces es el proceso de simpatía (o empatía)
a través del cual un sujeto es capaz de ponerse en el lugar de otro, aun cuando
no obtenga beneficio de ello. Con esto se busca criticar la concepción del utilitarismo tal y como aparece en Hume. El desarrollo de la obra lleva
al descubrimiento del «espectador imparcial», la voz interior que dictaría la
propiedad o impropiedad de las acciones.
[2]
El Institute
for New Economic Thinking (INET) es una
institución sin fines de lucro, fundada en octubre del 2009 en Nueva York como
resultado de la crisis global financiera del 2007-2012 para apoyar la
investigación académica y la enseñanza de la economía fuera de los paradigmas
dominantes de los mercados eficientes y las expectativas racionales. El INET fue fundado con una donación
inicial de 50 millones de dólares hecha por George Soros, a la cual pronto se
sumaron las de Paul Volcker, James Balsillie, William
H. Janeway y otros filantrópos
financieros. El INET cuenta con los ganadores del Nobel, George Akerlof, Sir James Mirrlees, A. Michael Spence, James Heckman, Amartya Sen y Joseph Stiglitz en su consejo cosultivo, así como
otros economistas de renombre como Paul
Davidson, Jeffrey Sachs, Willem Buiter, Markus K. Brunnermeier, Robert Dugger, Duncan K. Foley, Thomas Ferguson, Roman Frydman, Ian Goldin, Charles Goodhart, Anatole Kaletsky, John Kay, Axel Leijonhufvud, Perry Mehrling, Y.V. Reddy, Ken Rogoff, John Shattuck, William R. White y Yu
Yongding.
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